"Lo valioso es invisible a los ojos y visible al corazón", dice Saint-Exupery en boca del principito”
Consuelo Sunsín y Antoine de Saint-Exupery
“el oso y el pájaro tropical”
La condesa Salvadoreña.. Consuelo Suncín y la vocación puteril, esposa infiel, ligera de faldas, diabólica, serpiente seductora.
Naciste en Armenia,pero te fuiste a vivir al mundo.
Tres nombres: José Vasconcelos,
Enrique Gómez Carrillo y Antoine de Saint-Exupéry.Tres camas, seis piernas.
Para mí, eres la mujer más bella del mundo,la insigne guanaquita que pude amar el resto de la vida.
Ah, Consuelo Suncín, Condesa de Sonsonate,te comiste el mundo,para enseñarnos su esqueleto
Ella que comienza a vivir en aquellos años cuando apenas se les concedía a las mujeres su calidad de tener alma.
La vida de Consuelo está relacionada con los derechos humanos, pues por prejuicios y estereotipos de su tiempo en contra de la mujer, fue aislada, injuriada, violentada. Se le reconocía solo como amante del filósofo José Vasconcelos, de Denis de Rougemont (de quien se dijo le había escrito las "Memorias de la rosa", aunque se comprueba lo contrario por los datos específicos de la región centroamericana que no podía conocer el escritor belga); como amante del Premio Nobel Maurice Maeterlinck (aunque fue el amigo que le aconsejó a pedido de ella, que debería casarse con Saint Exupery); amante de Gabriel D´Annunzio y otros más, según prejuicios patriarcales, por ser "ligera de faldas conquistaba a los hombres". Papel semejante atribuido a Frida Khalo, cuya personalidad fue de amante hasta que el tiempo descubrió sus cualidades como artista y mujer-mujer.
Lo que confundió a la época es que Consuelo Suncín no respondía al "comportamiento esperado de una mujer", en el sentido de ser recatada, de mirada virgen, sumisa, ama de casa, cocina y lavaderos incluidos, y madre mártir. Desde ese punto de vista, la centroamericana se adelantó a su tiempo para romper con conceptos de doble moral en relación a lo femenino masculino. Pero salió adelante a quienes la concibieron una mujer objeto.
Consuelo Suncin de Sandoval era hermosísima: delgadita, de baja estatura, con inmensos ojos negros "cautivadores". Caminaba y se movía con gracia. Casi bailaba. Pero lo más atractivo era su voz melodiosa, "embrujadora".
Consuelo tenía, además, el arte de transfigurar los episodios de su vida conforme los iba contando con esa voz fascinante. Le gustaba reunirse con amigos y contar historias. Siempre dejaba a su auditorio pasmado. Nadie sabía a ciencia cierta donde acababa la realidad y donde empezaba la ficción en esos relatos exuberantes y floridos. Y a nadie le importaba.
Consuelo llegó a pedir trabajo a Vasconcelos, y que el le respondió, que una mujer tan bonita, podía vivir sin tener que trabajar (prostituirse), Tiempo después se reencontraron cuando ella empezó a visitar la redacción de “La Antorcha” Consuelo, entonces con unos 20 años, y se enamoró de locura de ella, de la niña de Guaymoco. Consuelo empezó a frecuentar diariamente a un Vasconcelos caído y acostado, a un águila que hubiera perdido simultáneamente el brillo de su plumaje y las alturas de su vuelo.. Refugiado en una oficina estrecha y oscura de un barrio remoto de la capital, Vasconcelos remarcaba el mal sabor del fracaso y volvía a probar la adrenalina del peligro. Sentado detrás del escritorio cubierto de galeras, la sonrisa de Consuelo le “Producía una sensación de vértigo”. Consuelo fue para Vasconcelos una Scheherezada tropical era “atareada, musicalmente ruidosa, despierta, efusiva, de jubilo vital”, se encendía platicando y los versos mas triviales adquirían en sus labios un encanto de sonoridades clandestinas, en su obra literaria la llamo “Charito”.
Aquí comienza el mito de mujer fatal, un invento de la época que creía en la mujer objeto, aun bajo la luz sabia de un intelectual como Vasconcelos, encumbrado escritor y Secretario de Educación por antonomasia de la Revolución Mexicana. ¿Qué talentos escondía esta joven de cuerpo pequeño y mirada ensoñadora para "embrujar a los hombres?", se pregunta el maestro mexicano quien despechado por haberlo abandonado para casarse con el “príncipe de los cronistas” Gómez Carrillo. Con todo, Vasconcelos declara en sus memorias admiración y amor por la salvadoreña, aunque esa unión con “el príncipe de los cronistas”, lo atribuye a una vocación puteril de la mujer amada.
En el caso de Europa, la defenestración de la salvadoreña proviene más que todo por ser la extranjera que llegaba de “no se sabe dónde”. No le perdonaban que la aborigen de sangre indígena ganase el corazón del escritor moderno más connotado de Francia. Llegó a parecerles un acto de satanismo femenino.
Una novela gótica, en este caso, si no fuera porque Consuelo Suncín fue víctima del prejuicio, de la intolerancia, de la discriminación. “Casarse con una extranjera era casi como casarse con una judía”, lo peor que le podía pasar a un miembro de la aristocracia francesa, dice un escritor que estuvo en una celebración organizada por Consuelo para celebrar un aniversario de la muerte de Antoine Exupery.. A la fiesta no llegó ningún intelectual francés, para “castigar” a Consuelo. A la vez, no perdonaban al autor de El Principito por casarse con “una simiente venida de no se sabe dónde”.
Pero la discriminación no era de los sectores populares, provenía de grandes intelectuales europeos, incluyendo André Gide que la detesta, “desentona en las veladas literarias de la Nouvelle Revue Francaise” (Alain Vicondelet, prologuista de “Memorias de la rosa”, libro publicado en el año 2000, veintiún años después de muerta la salvadoreña). Se trata de un prejuicio anti femenino, racial y anti extranjero, pues como señala Vocindolet, a esas veladas literarias asisten “mujeres mucho más emancipadas, ricas, intelectuales y de negocios, inclusive libertinas”.
Para el europeo medio de la época, hablamos de 1930, era inexplicable que una personalidad intelectual como Saint- Ex, que podía hacer pareja con cualquier mujer de la nobleza, se fijara en una mujercita que era de estatura pequeña, que hablaba un francés con acento, un pecado en ese país. Además divorciada y viuda.
Lo de Gide resulta paradójico pues su marido Exupery le reproche a Consuelo hacer ostentación de sus devociones religiosas, “se confiesa, asiste a la iglesia” y reza por él cuando va a alguna misión como aviador. Consuelo tuvo una educación en colegio católico de pueblo y si se le atribuyeron condiciones de mujer fatal fue producto del prejuicio de género, porque ninguno de sus detractores le niega su talento y belleza.
Consuelo Suncín – Sandoval Zeceña, nació en Armenia, del departamento de Sonsonate, EL Salvador el 10 de Abril de 1901, de una familia de ricos terratenientes y aristócratas, su padre el coronel Don Felix Suncini y Doña Ercilia Sandoval Zeceña, quienes tuvieron tres hijas, Ana Dolores, Consuelo y Amanda, Consuelo estudio en el extranjero San Francisco, Cd. de México y Francia, llego a San Francisco para estudiar Ingles, allí conocido al que sería su primer marido, Ricardo Cárdenas, obteniendo el permiso oficial un 15 de mayo de 1922, en la ciudad de San Francisco, del Estado de California, con el que se casó nada más al cumplir la mayoría de edad, hasta hace poco se mencionaba que se había casado con un militar, lo cual no es cierto esto probablemente resultado de la capacidad imaginativa de Consuelo, por tratar de salir adelante en su vida pero el joven Ricardo, de tez blanca y de padres de nacionalidad mexicana, trabajaba como dependiente (clerk) en un almacén de pinturas, al tanto que Consuelo vivía en el 562 Maller Street , habiendo sido oficiada la ceremonia por el Juez de la Corte Superior de California para esa época. R. Cárdenas murió a los pocos meses en un accidente de ferrocarril. Viuda y con 22 años se fue a México, donde inició estudios de Derecho, aunque los abandonó pronto cambiándolos por los de Periodismo.
Durante su estancia en Francia, Consuelo contrajo matrimonio con Enrique Gómez Carrillo, diplomático guatemalteco, escritor y periodista. Después de la muerte de Gómez-Carrillo en 1927 a causa de un derrame cerebral, a los once meses de la boda, Consuelo que se encontraba nuevamente viuda y dueña de una gran fortuna tomó residencia en Buenos Aires, Argentina. Tenía 25 años.
En 1931, fue presentada por un amigo, Benjamín Crémieux a Antoine de Saint-Exupery y el flechazo fue inmediato. Consuelo contrajo matrimonio por tercera vez y se trasladó a Francia con su marido.
Su unión matrimonial, que se alargó durante quince años, fue muy turbulenta, por la profesión de piloto del marido, su gusto por la vida bohemia tras el éxito como artista y escritor y sus incontables amantes. Todo ello los distanció, no sin dejar de tener encuentros esporádicos durante los que vivían momentos de auténtica felicidad. No en vano, la rosa de El Principito es un homenaje de Saint-Exupéry a su esposa. Su infidelidad y dudas acerca del matrimonio son simbolizadas por el campo de flores que se encuentra el pequeño príncipe en la Tierra. Sin embargo, es el zorro el que le dice que su rosa es especial, porque es a ella a la que realmente quiere.
Las referencias en el cuento infantil de Antoine de Saint-Exupéry a su esposa son más cariñosas que cualquier otro ensayo. A pesar de tener un matrimonio 'sin igual', Antoine guardó a Consuelo cerca de su corazón. Ella es un personaje importante en El Principito como su "flor", que "creció" en su planeta y que él protege bajo una campana de cristal.
Consuelo murió en Francia en 1979 y es enterrada en el cementerio de Père-Lachaise en París junto a los restos de su segundo marido Enrique Gómez Carrillo. Legó todos sus bienes y derechos a su jardinero.
Después de la desaparición de su marido en 1944, Consuelo escribió su vida junto a él, en 1946, en un manuscrito en francés titulado Mémoires de la rose. Estas memorias nunca fueron publicadas en el curso de su vida.
Al nacimiento de este siglo, el salvador era un país aún más chico que en nuestros días. Armenia tenia una calle principal polvorienta, una plaza con su inevitable kiosco, tal vez una banda para los domingos y una heladería a un costado de una oscura miscelánea, allí en ese sonante tropical – una pequeña provincia que se dibujaba entre el salvador y Guatemala, nació consuelo sunsín, para redimir al pueblo de su tedio y de su anonimato.
Habrá nacido, poco más, poco menos, con el siglo xx, después de que su padre perdiera la “i” final del apellido familiar para salvar unas plantaciones cafetaleras que otros parientes de la antigua migración italiana le disputaban, la multitud onomástica acarreó una confusión en la ortografía del apellido; aparece indistintamente como sunsín o suncín, a lo largo de las crónicas relativas a la salvadoreñita, cuando, de todas formas, ella había fundado su gloria sobre los apellidos de sus sucesivos maridos y amantes.
Como muchos cafetaleros centroamericanos, el coronel Sunsín y doña Hercilia Sandoval de Sunsín vivían arraigados a la falda de un volcán, acumulando una cierta riqueza que nunca redundaría en la mejoría de su entorno. El café se vendía lejos, en los mercados extranjeros, y allí era donde se gastaba el pequeño capital, Consuelo fue a educarse a un colegio de California, y a su regreso, el pueblo seguía siendo la misma aldea tediosa y ardiente de antes, algunos hablaban de un primer matrimonio en los tiempos de California con un mexicano, o mejor, un pocho cuyo anonimato fue tal vez la causa del divorcio y de su olvido postrero.
El sopor de armenia se suspendía con el alboroto callejero de los puercos que se escapaban del corral y los gritos de “cochis, cochis” del chico que los perseguía. La calma excesiva se acentuaba con la violencia de los terremotos que, una o varias veces, sacudían el siglo. El volcán era el recordatorio del eventual cataclismo. El relato del terremoto que cimbro la infancia de Consuelo adquirió, a lo largo de los años y a través de sus distintas versiones, el cariz de una leyenda mítica y fundadora. Durante la segunda Guerra Mundial, cuyo estruendo quizá le recordara el escándalo de su tierra natal, Consuelo escribió está versión.
Sabes que nací sietemesina, bajo los trópicos, durante un terremoto. Todo se derrumbaba a mí alrededor cuando di mi primer grito. Me dejaron al cuidado de un campesino brujo. Tenía una sola cabra que había salvado su vida y que salvó la mía con su leche. Y crecí entre las ruinas y las obras de reconstrucción, Este campesino fue quien, más tarde, me enseño a atrapar a las nubes desde el fondo de un pozo. Cuando terminaron de reconstruir nuestra casa, pude volver con mis padres y comencé a explorar los cuartos, los de mis hermanos y hermanas, y la casa entera. ¡Era tan grande!, pero quedé estupefacta cuando visité el jardín. Supe pronto que había otros jardines, otras casas, y más allá calles interminables. Decidí que yo debía ir hasta el final de todo eso, hasta el final del mundo, para salir de dudas. Me puse a espiar, desde la ventana, a los mendigos, al joven cartero, a los vendedores ambulantes que llegaban hasta nuestra puerta con maletas enormes y que debían saber… A todos aquellos que traían, en los ojos, algo de ese más allá, Me decían que el fin del mundo era muy lejos. Deseaba crecer más rápido que los bambús para ir a descubrir el secreto.
El Deseo se volvió obsesión: había que salir de ese pueblo donde las mujeres se ponen gordas y viejas, antes de los 30 años, por las largas siestas a las que obligan la eterna canícula y la mesa servida con abundancia. Ya en México, Consuelo recapitulaba:
-Tú, comprendes que eso no es vida… Sí, es claro; podía casarme de nuevo; pero si tú vieras a mi pretendiente, don Pantaleón: gruesa leontina de oro en la panza, bigotes entrecanos, dueño de la mejor tienda y de un buen cafetal… ¡No, gracias!....
Don Pantaleón era Lisandro Villalobos, un abogado Salvadoreño que, en 1919, había acudido a un congreso obrero que amenizó la vida social de Armenia con la presencia de varios intelectuales locales: abogados poetizantes o poetas leguleyos, como suelen sumarse los talentos en Centroamérica, Lisandro Villalobos pronto reparó en la guapa perinola que revoloteaba alrededor de la mesa familiar y se metía en las conversaciones con la imprudencia que provocan la juventud y una inquietud exasperada. Pero el novio se resigno a “dar su permiso” para que Consuelo viajara a México: ella quería proseguir sus estudios y, sobre todo, desentrañar el secreto del más allá. Nada ni nadie hubiera podido amarrar a Consuelo a las columnas de calor de Armenia: necesitaba ardientemente ensanchar sus horizontes.
En 1920 se embarcó en un navío Mexicano ejemplarmente bautizado la libertad. México era, para Centroamérica, una metrópolis, una meca o, al menos, una escala intermedia antes de imaginar el salto hacia Norteamérica o Europa. A pesar de su propia barbarie posrevolucionaria, México era la imagen de la civilización y de la modernidad, en comparación con la exuberancia primitiva del sur inmediato. El 4 de junio de 1920 Vasconcelos había tomado posesión de la Rectoría de la Universidad de México, donde se quedaría poco más de un año – no tanto para “trabajar por la Universidad, como para pedir a la Universidad que trabaje para el pueblo” – antes de asumir la dirección de la Secretaría de Educación Pública reconstituida en 1921. El fantasma de Vasconcelos ya recorría América, y si México se veía como una meca, Vasconcelos no tardaría en figurar como su profeta, sucesivamente alabado anatematizado.
Por lo tanto no es extraño que Consuelo, poco después de instalarse en México, dirigiera sus pasos hacia la Secretaría de Educación y se formara en la fila de las audiencias públicas que diariamente oficiaba Vasconcelos en su despacho del segundo piso. Traía consigo una carta de presentación en la que alguien, luego del preámbulo de rigor, pedía para ella un trabajo. Vasconcelos estaba en su actitud habitual: recargado en el frente de su escritorio, con su secretaria sentada a sus espaldas, resolviendo a ritmo veloz las peticiones que le hacían, con un “si” o un “no”, que dividían al mundo en dos montones. Después de leer la carta que le entregó Consuelo, levantó la vista, recorrió la figura de la joven volvió a bajar la vista hacia el papel y declaró perentoriamente:”Usted es bonita; no necesita trabajar; aquí no damos empleo a las bonitas.” Apenas terminó la frase depositó la carta de Consuelo en la pila de los “No” y tendió la mano hacia el siguiente para recibir su escrito, Consuelo enmudeció sin antes haber abierto la boca, paralizada por la brutalidad de la respuesta, que era una abierta incitación a la prostitución. Ni siquiera el piropo velado llegó a mitigar el odio que con su mirada fulminó a Vasconcelos; se dio la vuelta y salió taconeando el piso con furia. (Fragmento del libro damas de corazón de Fabienne Bradu, de la editorial fondo de cultura económica)
Hay que destacar que La salvadoreña y centroamericana Consuelo Suncín. Fue una mujer distinta al prototipo de las mujeres de ese País, la centroamericana diferente, la más universal de los salvadoreños. Entre otras cosas, era una artista, aunque se le critica que siempre quisiera reivindicar su titulo de Condesa. Es la reina de la diáspora salvadoreña y centroamericana.
Consuelo Suncín viaja sola, primer proeza migratoria, a los Estados Unidos en 1920, dado este antecedente es posible afirmar que se constituyó en una estrella errante, en una avanzada de la cultura emigrante que prevalece desde principios del siglo pasado en América Central. Se casa con un militar mexicano pero enviuda a los dos años. Viaja desde California a México con la idea de buscar trabajo, ahí, a los veintidós años, se presenta al filósofo y político José Vasconcelos, padre del sistema educativo de ese país, creador del lema "Por mi raza hablará el espíritu", de la Universidad Nacional Autónoma de México. Secretario de Educación, ensayista y figura controversial de la revolución mexicana. La joven logra cita con él y le presenta una carta a la que el Secretario no le da importancia. "Una joven tan encantadora como usted no necesita trabajar", confiesa Vasconcelos que le dijo; después, ella le reprochó su actitud misógina, dicho por el mismo Vasconcelos. Pasado un tiempo vuelve a buscar al famoso educador, llamado el Pitágoras de México. Se establece una relación amorosa que Vasconcelos relata en sus Memorias, (volumen El Desastre) obra de casi 1500 páginas, y que pinta a través de su vida personal al México de su época, por ello, una obra de gran trascendencia.
En ese marco de romance inusitado, y por razones de destierro político, Vasconcelos debe viajar a Francia y hasta allá lo sigue la joven Consuelo Suncín, pero la pareja dispareja se separa entre amor y discordias. Cuando la salvadoreña se cansa de la relación infiel del Pitágoras mexicano, aparece en escena uno de los prosistas más famosos de habla hispana en su época, Enrique Gómez Carrillo, "el mago de la prosa española", o "el príncipe de la crónica en lengua española", escritor que llegó concertar a lo mejor de la intelectualidad europea, incluyendo la francesa. Como amante de Mata Hari y esposo de la actriz española Raquel Meller, se volvió un gran referente, escritor renombrado y enriquecido por sus derechos de autor. aunque la obra de Gómez Carrillo no soportó las decisiones del tiempo. Este de enamora de Consuelo Suncín, se casa con ella, pero muere al año dejándole a su viuda como heredera universal de sus bienes cuantiosos, incluyendo castillos y las relaciones con la intelectualidad, desde Oscar Wilde, Verlaine, Maeterlinck, Breton y los artistas aun en búsqueda como Dali, Picasso, Miró, Diego Rivera.
En Buenos Aires, la viuda salvadoreña, invitada por el Presidente Hipólito Irigoyen de Argentina, se encuentra, como por acto de magia, con la figura de Antoine Saint-Exupery, procedente de la más alta aristocracia francesa, famoso aviador, y forjador de las primeras rutas aéreas desde Europa al Cono Sur, o desde Norteamérica hasta América del Sur. Hablamos de la década de los 20 del siglo veinte. Para imaginar mejor el significado de su oficio heroico, en ese tiempo no existían cabinas presurizadas, los aviones eran de dos plazas y los aviadores tenían que escoger entre el peso de la gasolina y los termos de café para no dormirse en sus largos viajes de hasta dieciséis horas cruzando el Atlántico o todo el continente americano o asiático. Según relatos de los artistas franceses que acompañaban a la Suncín, en su viaje a Argentina, el escritor francés, se enamoró de inmediato de la centroamericana.
El Principito pese a que se trata de una obra francesa, la inspiradora del libro nació en El Salvador.. Y en Japón fue el primer museo en el mundo sobre Antoine Saint-Exupery, a su esposa Consuelo a quien se le ha dedicado un jardín de rosas.
Consuelo Suncín nos hace recordar a Frida Kahlo, quien vivió a la sombra de su esposo Diego Rivera, mujer a la que se le conoció por ser amante de varios, incluido Leon Troski; pero poco a poco se fue liberando de los estereotipos patriarcales hasta lograr dimensiones como real mujer y artista, al emerger su obra por mucho tiempo marginada. Igual con Suncín, que llega a otros territorios geográficos y culturales como "una extranjera tropical", una foránea mujer donde convergían los artistas e intelectuales del mundo: París.
Además, la familia Saint Exupery, aristocrática, ultra conservadora y provinciana del sur de Francia, no iba a aceptar a una mujer de orígenes desconocidos, viuda dos veces, y proveniente de países desconocidos y volcánicos, una aborigen. Desde esa posición se origina el silencio sobre ella, no obstante que había heredado el título de Condesa después de trece años casada con el escritor y héroe, Conde Saint-Exupery.
Al morir este, pleno de gloria, derribado su avión en 1944, en defensa de Francia, la salvadoreña quedó en manos de quienes manejaban las ideas y la palabra. André Gide la consideraba una foránea que no se merecía al héroe y escritor. Igual la biografía oficial del escritor solo le dedicaba a la salvadoreña dos o tres líneas. Dicha biografía, firmada con seudónimo masculino, había sido escrita por una intelectual y aristócrata francesa, la eterna enamorada del héroe, además de protegerlo económicamente. Así, en la vida del escritor la Suncín quedaba como la huella fantasmal y negativa de su marido. Refugiada por razones de guerra en una ciudad abandonada, Oppede, comenzó a pintar y a esculpir. Luego emigró a Nueva York, donde se encontraba Saint-Exupery. Muerto este, regresa a París en 1946, a recuperar su nombre y bienes como heredera universal. Vivirá en Francia hasta morir a los ochenta años, en 1979, sepultada en Pere Lachaise, junto a Enrique Gómez Carrillo.
Una personalidad recuperada ante los prejuicios
Sin embargo, muchos años después de su muerte, su heredero universal, el español José Martínez Fructuoso, quien había sido su mayordomo y jardinero, entregó al escritor francés Alain Vircondelet, 1999, los baúles de viaje en barco, que usaba la Suncín. Se encontró en los baúles con cartas, documentos y sus memorias, el manuscrito titulado "Memorias de la rosa" (publicado en ingles y japonés, año 2000). Con ese libro y a partir de esa fecha, se le conoce como el de la resurrección de la salvadoreña, quien humaniza el mito del héroe y escritor Saint-Exupery. En sus memorias se confiesa sobre su vida matrimonial y se aclara que fue la "rosa", de "El Principito". Las cartas de su marido también reconocen este papel. Inclusive los famosos volcanes mencionados en esta obra, tienen relación con el pueblecito de El Salvador, Armenia, donde nació la viuda. Aquí, casi a "un tiro de ballesta" se encuentran muy cercanos dos volcanes activos y uno apagado, como lo menciona la obra.
Afirma la escritora francesa Anne Merie Mergier: "Consuelo era una catarata: excéntrica, alegre, imprevisible, caprichosa, fuerte, indefensa, misteriosa, chispeante, excesiva, atenta, egocéntrica, generosa, seductora, inteligente, vanidosa, intuitiva, instintiva, contradictoria, volcánica... y salvadoreña. Hablaba un francés exótico, con un fuerte acento español". Por igual la hermana mayor de Antoine, Simone, se había adelantado en describirla en su libro "Antoine, mi hermano menor" (1969) habla de la Suncín como "dotada de una vitalidad infinita, esta mujer sumamente atractiva y llena de imaginación fue una constante fuente de inspiración para él...". Igual se había expresado la madre del escritor, que defendía a Consuelo, "por ser la persona amada de su hijo querido".
El espectacular retorno y resurrección se debe a haberse publicado tres libros póstumos de ella, uno de los cuales, Memorias de la rosa comenzó a apagar los prejuicios de "esposa infiel", la "ligera de faldas", "diabólica", "la serpiente seductora". El libro llegó a alborotar las conmemoraciones del centenario del nacimiento del escritor francés (1900-2000).
Las memorias, en pocas semanas, vendió en Francia, más de 80 mil ejemplares. Se trata de una autobiografía redactada en 1946 pero olvidada entre papeles viejos durante 54 años. En este libro la salvadoreña da vuelco a los estereotipos y prejuicios en su contra, explica sus 13 años casada con el escritor, la vida caótica y conflictiva de pareja, pese a que en sus últimos días de vida, el escritor le escribió cartas reconociendo el gran significado de su vida que tuvo Consuelo. El héroe se convierte en ser de carne y hueso.
Ella (Consuelo) es la inspiradora de uno de los libros más leídos y traducidos en el mundo, ella misma escritora, pintora y escultora. Más que Condesa, es "madre de El Principito" como dice el escritor japonés Yukitaka Hirao, estudioso de los Saint-Exupery, quien en entrevista publicada para un periódico digital de El Salvador, septiembre 2008, comprueba y analiza El Principito desde ese enfoque.
Al comenzar a neutralizarse (año 2000) la leyenda "negra" contra esta centroamericana de excepción, debemos apropiarnos con medidas concretas de sus elementos de identidad centroamericana que nos ofrece:
La salvadoreña, escribió cartas, todos los domingos a Exupery, aunque no se las enviase, mientras estuvieron separados, debido a la ocupación de Francia en la Segunda Guerra Mundial, el héroe en Nueva York, y ella en el Sur de Francia (en Oppede).
La esposa de Saint Exupéry aparece en un relato corto llamado Los Tres Deseos del libro Tierra de Infancia de Claudia Lars, amiga de la infancia de Consuelo Suncín. Cuando se conocieron en Sonsonate, tres niñas expresan sus deseos para cuando sean mayores Claudia le dijo a Consuelo que escribiría versos lindísimos y que sería una persona famosa. Consuelo le contestó:
“... Si me guardas un secreto te diré que voy a ser reina de un país lejano, y tendré vestidos de plata y oro, y anillos y collares con piedras maravillosas. ¡Eso seré yo cuando crezca, una reina verdadera!”.
Ese día, las niñas pronosticaron su futuro acertadamente. Con el tiempo Claudia sería una poetisa reconocida. Y Consuelo Suncín se relacionaría con la intelectualidad europea, ganando su admiración y confianza
Antoine de Saint-Exupéry y Consuelo Suncín Fue en Argentina donde se conocieron allá por el año 1930. Cuentan que Consuelo Suncín lo encantó desde la primera vez que se vieron, Vivieron juntos por 13 años, con sus momentos felices y también difíciles. Ambos eran de espíritu inquieto, pero los dos aceptaron frente a otros que eran el amor de sus vidas.
¡Consuelo esta aquí!”. Tú eras la sal de la tierra, tú habías despertado mi amor por todas las cosas, con tan solo regresar. Consuelo, entonces entendí que la quería para la eternidad!
"Recuerdo los ojos de mi esposa otra vez. Nunca veré cualquier cosa más aparte de esos ojos. Ellos preguntan."
Antoine de Saint Exupéry, Terre des Hommes, 1939
“Escríbeme, escríbeme, -dijo una semana antes de morir, derribado su avión por los nazis-, que el correo traiga la
Primavera a mi corazón…estás en mí como la vegetación sobre la tierra”. “Cuando estoy cerca de las estrellas –por su oficio de
Aviador- veo una luz a lo lejos… que me hace señales desde la tierra, y me digo, es mi pequeña Consuelo, y me dirijo a
Ese punto de la luz”.
Cuando Benjamín Cremieux se embarco para Buenos Aires, en el verano de 1930, no se imagino que la travesía iba ser tan fantástica, el escritor de la NRF cruzaba el atlántico para dar una conferencia en Buenos Aires, y en el barco conoció a “una muy pequeña mujer de pelo oscuro, petulante colibrí, pájaro mosca del cochero, muy joven viuda de un grafómano Guatemalteco que había hecho fortuna en Argentina por sus amistades políticas”. Durante la travesía, Crémieux se dejó marear por las historias de la Scheherezada en busca de una pensión y, eventualmente, de un marido. “Realmente esta poseída por un frenesí inventivo perfectamente barroco que encanta a unos, exaspera a otros, pero no deja a nadie indiferente”, recordaría Crémieux sin saber en qué categoría ubicarse. De todas formas, el mareo no debió haber sido tan desagradable porque, ya en la capital argentina, en una reunión organizada por Los Amigos del Arte, Crémieux presentó a Consuelo con Antoine de Saint-Exupery, recomendándole vivamente que la siguiera en el vuelo de su imaginación fantástica. Pero fue Saint-Exupéry quien, esa misma noche, se llevó al grupo de amigos a volar sobre Buenos Aires y el Río de la Plata. Aunque toda su vida afirmó que prefería a las mujeres altas y rubias, Saint-Exupéry se fascinó por esa mujer-colibrí que lo miraba como a un gigante que tuviera la cabeza en las nubes y, rara vez, los pies en la tierra. La sentó a su lado en la cabina del piloto para regalarle la noche oscura del mar a cambio de un beso:
-Déme un beso, dice el piloto.
-Está loco. En mi país, sólo se besa a la gente que uno quiere.
-Yo Sé por qué no quiere usted besarme: soy demasiado feo.
Silencio.
-Entonces, si no quiere besarme, voy a clavarme en el Río
De la Plata y nos ahogaremos todos.
Lo mire antes de contestar.. Vi dos lagrimas en sus ojos brillantes.
Entonces, precipitadamente, entre atemorizada y conmovida,
Deposité un beso tímido en la mejilla de mi piloto. Y
Añadí suavemente: usted no es feo.
El relato de ese Vol de nuit sentimental integró el repertorio de Consuelo, que lo volvió a narrar incansablemente hasta el final de sus días.. Con tal cortejo aéreo, comenzó el acoso de Saint- Exupéry a Consuelo: la quería para sí solo, de día y de noche, sin rivales amigos a su alrededor.
A partir de ese día -recuerda Consuelo-, Antoine fue para mí
El más adorable caballero, pero también el más tiránico. Creo
Que me consideraba como su propiedad. En cuanto se aparecía,
Debía yo abandonar a todo el mundo para seguirlo, en avión, en
Coche, a un restaurante o un espectáculo.
Poco a poco, en ese Buenos Aires que detestó desde su arribo, el escritor fue construyendo, alrededor de Consuelo, un vacío que cimentaba en la dulce tiranía de su amor. Saint-Ex, como todos lo llamaban, vivía en un departamento de la calle Florida que, contrariamente a lo que suele decirse, en nada le recordaba a Paris y que despreciaba, al
Igual que el resto de la ciudad y del país. No era tanto Argentina que lo tenía en ese continuo estado de querulancia como el trabajo burocrático de la Aeropostal Argentina, cuya dirección asumía desde octubre de 1929. Saint-Ex sólo era feliz volando, amando, escribiendo y haciendo trucos de magia con las barajas. La palabra “feliz” es más que nunca imprecisa para aplicarla a un hombre cuya melancolía fundamental proviene de su obsesión por el tiempo. Según su biógrafo Eric Deschodt, “sólo vive en el borde del remordimiento por lo que ya ha vivido, fascinado por lo efímero como si tuviera siglos y la memoria de un Dios”. Tenía la estatura de un gigante y la cara de un niño: travieso si se repara en su nariz respingada o triste si uno se fija en sus ojos saltones, semiperdidos bajo el parpado y brillantes de lágrimas invisibles. Parecía que nunca iba a caber en los pequeños y frágiles Laté que piloteaba arriba del desierto, del mar o de los Andes, con una valentía y una distracción igualmente legendarias. Muchos de sus compañeros ignoraban su origen aristocrático, porque nada en su conducta ni en su temperamento traicionaba su titulo de conde, salvo, tal vez, cuando se ponía a cantar canciones heredadas de la nobleza de los Saint-Exupéry y de los Fonscolombe. Su gesta heroica al mando de los aviones de la Aeropostal ha dejado una imagen equívoca de su personalidad. Su valentía poco tenía que ver con un concepto viril, rudo o incluso machista, del hombre. Si bien su carrera lo hizo pasar por escuelas de disciplina militar, nunca rompió con el universo femenino de su infancia, mimado por sus hermanas y su madre, a la que dedicó una devoción duradera y dependiente.
Además, su valentía responde a una peculiar concepción del deber, al que el hombre se somete, con ciega obediencia, para conquistar su libertad. A la pregunta que muchos se hacían después del accidente de Guillaumet en los Andes, en junio de 1930, de por que arriesgar la vida por el correo, por entregar los sacos postales que los Laté 26 transportaban de noche para ganarles la competencia a los barcos rápidos, Saint-Ex contestaba: “Los miserables sacos postales, henchidos de cartas, representan el ejemplo más tangible de la fraternidad humana.” Saint-Ex se había hecho piloto como antes, en la nobleza a la que pertenecía, los caballeros partían a las Cruzadas para luchar por un ideal de humanidad, a cambio del cual la vida era digna de perderse. Saint-Ex creía en la frase que Guillaumet le dijo después de caminar varios días y noches interrumpidos por los Andes: “Lo que hice, ningún animal lo hubiera hecho”: la esperanza es lo que distingue al hombre del animal y lo hace vencer montanas que ninguna fiera se atrevería a desafiar. Poco antes de su partida a Buenos Aires, había publicado su primera novela: Courrier-Sud (abril de 1929), que André Gide recomendó a la editorial Gallimard. La había escrito entre Toulouse, Casablanca, Dakar y Cap-Juby, en las escalas de la compañía Latecoère, para la cual trabajaba como piloto desde 1926. En el verano de su encuentro con Consuelo, estaba terminado Fovl de nuit, la novela que lo consagraría en Francia y en el extranjero, y cuyo título, luego de su desaparición en 1944 y a modo de inaudito homenaje, recogería la casa Guerlain para bautizar uno de sus más famosos perfumes. “Es un libro sobre la noche -le escribe a su madre en 1930-. Nunca he vivido sino después de las nueve de la noche.” Andre Gide, autor del prefacio, ve en el relato un eco del “oscuro sentimiento” de su Prometeo que lo hace decir: “No amo al hombre, amo lo que lo devora”; resume espléndidamente la singular lección de heroísmo de Vol de nuit en esta sentencia: “la felicidad del hombre no se halla en la libertad, sino en la aceptación de un deber”. También cita el fragmento de una carta que Saint-Exupéry le había mandado en la época en que sobrevolaba Mauritania para asegurar el servicio Casablanca-Dakar. En ella, habla Saint-Exupéry de los peligros que significaba el transporte aéreo del correo: las desapariciones de los pilotos en el desierto habitado por etnias hostiles, las balas y las negociaciones para rescatara los pilotos prisioneros, las descomposturas mecánicas y los riesgos de arrancar el avión después de un arreglo precario. Saint-Ex añade:
También allí entendí lo que siempre me había extrañado ¿por
que Platón (¿o Aristóteles?) ubica el valor en el último rango de
las virtudes? Porque no está hecho de bellos sentimientos: un
poco de rabia, un poco de vanidad, mucha terquedad y un placer
deportivo vulgar. Sobre todo, la exaltación de la fuerza física
que, sin embargo, no tiene mucho que ver en el. Uno cruza
los brazos en la camisa abierta y respira hondo. Es más bien
agradable. Y cuando sucede de noche, se añade el sentimiento
de haber cometido una enorme tontería. Nunca más admirare a
un hombre que sólo fuera valiente.
En la vida cotidiana, cuando aparentemente posa los pies en la tierra, Saint-Ex es un hombre más bien aburrido, que lo desprecia prácticamente todo, incluyendo la alcurnia y los bienes materiales, salvo la inteligencia humana que es, a su gusto y como lo confía a su madre, demasiado escasa. Se dice nietzscheano y marxista, a su manera tan laxa de descreer de todo partidismo político y literario. Las noches que no escribe, deambula por los centros nocturnos de Buenos Aires, con el malhumor y el desgano que le provocan las
Conversaciones triviales y la contemplación de las mujeres tan bellas como inaccesibles. Sus compañías mas entrañables, además de sus amigos de trabajo, son una foca que trajo de Patagonia y un zorro que apaga las colillas de cigarro con su cuerpo. Al construir tiránicamente el vacío alrededor de Consuelo, llena su propio vacío que lo atormenta desde tiempo atrás y que se agudiza en el período argentino: ser amado, casarse con la urgencia que le pide su nostalgia por lo desconocido. A pesar de ser mujeriego, hasta ahora, sólo una vez ha pedido a una mujer en matrimonio: Louise de Vilmorin, la futura esposa de André Malraux, también cortejada por Jean Cocteau, con quien Saint-Exupery compartirá un amor mas: Natalie Paley, la única mujer con quien Cocteau arriesgo su deseo de paternidad, pero cuyo fruto fue sacrificado en un sanatorio suizo, a causa del temor de la madre de ver nacer a ese hijo terrible. Poco antes o después de su matrimonio con Consuelo, Saint-Ex escribe a su vieja amiga Rinette de Saussine una carta en la que parece explicarse sobre el sentido de su casamiento: “Quizá también me deje fascinar por mi debilidad. No quiero saber si caí o no en una trampa, soy un Sansón que no se atreve a moverse, a romper el hilo, un Sansón maravillado de ser este paje preso en una trampa de pajarero.” Añade Eric Deschodt: “El pajarero es un pájaro mosca y se llama Consuelo. Sansón que ya no tiene mucho pelo, se maravilla de que alguien se lo quiera cortar.” La vacilante en el asunto del matrimonio era, una vez más, Consuelo. Un movimiento revolucionario derroco a Irigoyen antes de que concediera a Consuelo la pensión que había ido a reclamarle. Perdía las ventajas de una viudez, pero ganaba las tentaciones de un nuevo matrimonio. El trueque que le regalaba el destino no parecía tan desfavorable y, sin embargo, Consuelo titubeaba... o se hacía rogar.
Le tenía miedo -recapituló Consuelo, años después-. Mis
amigos no habían dejado de aleccionarme sobre este personaje
excéntrico y hasta me insinuaron que mi conducta empezaba a
dar pie a murmuraciones en los medios decentes de Buenos
Aires. Una joven viuda no debía comprometerse así con un desconocido,
y lo mejor que me quedaba por hacer era regresar lo
más pronto posible a París.
Lo hizo a principios de 1931, prometiendo una pronta respuesta. Saint-Ex la siguió dos meses después, acompañado por su madre que lo había visitado una corta temporada y por un puma que pensaba regalar a su hermana. En su maleta traía el manuscrito de Vool de nuit. Se reencontraron en Niza y se instalaron en El Mirador: Saint-Ex trabajaba en las últimas correcciones de su novela y Consuelo, en la decisión que había de tomar. Curiosamente, una vez mas, las circunstancias le ofrecieron a Bastoncillos como interlocutor con quien debatir los pro y los contra del matrimonio. Se vuelven a ver en París, en febrero de 1931, días antes y después del suicidio de Antonia Rivas Mercado. “Mi novio es aviador, heroico, famoso; además, escritor de genio y conde”, le sintetizo Consuelo. La noche del segundo encuentro, cuando Antonia descansaba en la helada morgue, Bastoncillos no pudo evitar una comparación entre los dos destinos: “No cabe duda que, como alma, es insignificante -pensó al abandonar el departamento de la rue Castellane-. Y sin embargo, la elige el Hado para obsequiarle en serie golpes de brillante fortuna. ¡Oh, vida incomprensible! ¡Oh, Esfinge!...” Como Bastoncillos quizá fuera demasiado parco en el debate, Consuelo le ofreció a Saint-Exupéry la siguiente alternativa: “Si Maeterlinck lo acepta, me caso con usted.” ¿Qué perseguía Consuelo con tal demora? Seguramente, afianzar el anzuelo como se jala y se deja correr el hilo de la caña antes de sacar un pez gordo, y tal vez, recibir de Maeterlinck, más que un consejo, una suerte de bendición que la liberase de la memoria de Gómez Carrillo. Además, Consuelo calculaba lo siguiente: “No debía yo, la viuda de un gran escritor mundialmente famoso y que había escrito más de cien libros, casarme con un autor desconocido que solo había escrito un libro,” La respuesta de Maeterlinck fue rotunda: “Estas loca si no te casas con este hombre; será el más grande escritor de Francia.” El augurio disipo la última reserva de Consuelo: si había de creerle a Maeterlinck, la fama la esperaba y, por lo pronto, la varita mágica del destino la hacía Condesa de Saint-Exupéry.. Antes de viajar a Agay, en el sur de Francia, donde se realizo la boda, “el oso y el pájaro tropical”, como Consuelo bautizara a la pareja que formaba con Saint-Ex, pasaron en Niza una anticipada luna de miel. “Fueron para mí - para nosotros dos, creo- los días más bellos y más locos de nuestra vida”, aseguro Consuelo cuarenta años después. En Agay vivía Gabrielle, la hermana de Antoine, y allí se reunió toda la familia Saint-Exupéry para recibir a los novios. Ningún miembro de la familia mostró su sorpresa CONSUELO SUNSIN Y ANTOINE DE SAINT-EXUPÉRY ante la futura esposa: Antoine era un hombre libre de convenciones y les pareció normal que se casase con una mujer ajena a su rancia aristocracia. Entre los Saint-Exupéry, la cortesía era una segunda piel que no dejaba transpirar ninguna manifestación de desagrado. Casualmente, André Gide también se encontraba en Agay y dejo una constancia más elocuente del encuentro con la pareja en su Diario de aquel año:
Gran placer volver a encontrarme con Saint-Ex en Agay, donde había ido a pasar unos días con P. De regreso a Francia desde hace apenas un mes, trajo de Argentina un nuevo libro y una novia. Leí el primero, vi la segunda. Lo felicite mucho, pero sobre todo por el libro; le deseo que la novia sea igualmente satisfactoria. La boda religiosa tuvo lugar el 12 de abril de 1931, en la capilla de Agay. Los hijos de Gabrielle: Francois, que llevaba un traje de marinero blanco, Mima y Mireille con vestidos largos de organdí blanco y bonetes, formaron el cortejo que acompaño a la pareja contrastadamente enlutada. Consuelo llevaba un vestido largo de encaje negro, con una larga mantilla en la cabeza, que la hacía ver “muy castellana”, como a Saint-Ex le gustaba. Para no desentonar, él estaba ceñido en un impecable traje oscuro, de saco corto, cruzado y de ancha solapa, a la usanza de los treintas y adornada con la cinta de la Legión de Honor que había recibido de la Aeronáutica civil, en abril de 1930. Para la foto de rigor, Consuelo paso su mano por el brazo izquierdo de Saint-Ex, como si efectivamente fuera un pajarito posado en la rama de un respetable roble. Apenas le llegaba al hombro, aún con la ayuda de sus tacones altos, y su mirada, desviada de la cámara, se antoja una mezcla de sumisión, de fragilidad y de ternura. En cambio, Saint-Ex mira hacia el frente, con la serenidad de haber desposado, a un mismo tiempo, su felicidad y su deber.
Durante la II Guerra Mundial, mientras volaba para los «franceses libres» en un avión de reconocimiento de fabricación norteamericana marca LIGHTNIN P-38 aparentemente fue derribado por un aviador alemán, el Capitán KANT, tripulando un FOCKE WULF 190 -D9 de la 2da. División Aérea germana en el atardecer del 31 de julio de 1944 - a escasos 10 meses de la finalización la guerra en Europa- cerca de la costa de la ciudad de Córcega .(Situada en una isla Francesa ubicada en el Mar Mediterráneo, famosa por ser el lugar de nacimiento de NAPOLEON I , que fuera Emperador de Francia ).
Después, parafraseando a un poeta y periodista argentino:
"... fue como si el cielo se lo hubiera tragado..."
Organismos franceses han financiado exploraciones de búsqueda en el Mediterráneo, para tratar de hallar los restos del avión.
En los medios de prensa de fines del mes de octubre de 1998- a 54 años de la desaparición del piloto y escritor- han tomado estado público declaraciones de Henri Germain Delauze, Jefe de la Compañía de Salvamento COMEX (empresa encargada de la búsqueda de posibles restos de la nave aérea y del cuerpo de Saint-Exupery) según las cuales durante el mes de setiembre de 1998- el pescador JEAN LOUIS BIANCO, frente a las costas de Marsella, habría recogido en sus redes, una pulsera de plata con el apellido Saint- Exupery, el de Consuelo la esposa y la dirección de un editor de sus novelas, residente en Nueva York; también el Sr. Delauze declaró que se hallaron restos de un avión que podrían corresponder a la máquina que piloteaba el desaparecido autor de «El Principito» cuando fue presumiblemente derribado, el 31 de julio 1944
lunes, 11 de enero de 2010
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CONSUELO SUNSIN
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3 comentarios:
Muy interesante la vida de Consuelo de Saint-Exupéry, ella es un buen ejemplo de que la voluntad es impresindible para llegar hasta donde queremos llegar... les recomiendo leer el libro de Abigaíl Suncín: "La Rosa que cautivó al Principito".
Buen comienzo
Hermosa historia, gracias por editarla, saber es conocer.
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